domingo, 21 de marzo de 2010

El teatro barroco francés

A principios del siglo XVII, el teatro barroco francés se convierte en el género más importante bajo la protección de Luis XIV y de la nobleza. Francia estaba retrasada respecto a otros países en desarrollo teatral. Las primeras representaciones teatrales se llevaron a cabo en los recintos destinados al juego de pelota muy popular en la época. En 1634 se remodela una cancha de tenis para adaptarla a la representación escénica, y al poco tiempo surgen los teatros cortesanos abiertos al público. Debió responder a ciertas normas establecidas por la Academia Francesa, según las cuales, las obras debían atenerse a las tradicionales tres unidades:
• de acción: la obra debía representar un hecho único sin desviaciones ni exceso de personajes.
• de lugar: la trama debía sucederse con un mínimo cambio de escenario.
• de tiempo: era ideal que la acción transcurriera en el lapso de un día.
Los defensores de este sistema sostenían que el respeto por las unidades daba verosimilitud a los hechos representados, lo cual contribuía a la comprensión del público. Pero los autores consideraban que estas limitaciones empobrecían sus obras y les restaban interés.
Los tres grandes dramaturgos del teatro francés son Corneille, Racine y, especialmente, Molière.

Pierre Corneille es el padre de la tragedia francesa. Su primera gran obra es El Cid, inspirada en Las mocedades del Cid, del español Guillén de Castro. El Cid fue criticada por no mantener la unidad de tiempo, de espacio y de acción. También destacan Horacio, Cinna; Polieucto, El mentiroso.
El conjunto de su obra se caracteriza por el vigor de su estilo oratorio y la apasionada fuerza y grandeza moral de sus héroes.

Con Jean Racine triunfa la tragedia clásica. Sus piezas tienen una escasa complicación argumental, pero una enorme fuerza en la representación de las pasiones humanas. Los versos de Racine son muy trabajados y musicales, y sus obras suelen respetar la regla clásica de las tres unidades.
La mayoría de sus piezas son de tema clásico, como Andrómaca, Británico, Berenice, Ifigenia, Mitríades, Ester y Atalía. Su obra maestra es Fedra, sobrecogedor análisis de la pasión y la culpa. Inspirada en Eurípides, escenifica la imposible pasión de la protagonista por su hijastro, el bello Hipólito.
Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière. Es el creador de la comedia moderna, en la que funde los elementos cómicos de la farsa tradicional francesa e italiana, con descripciones de las costumbres, vicios y virtudes de su tiempo, y con un penetrante análisis de la psicología de los personajes, todo ello ensamblado con una extraordinaria habilidad teatral y con unos diálogos muy vivaces. Aunque tuvo que doblegarse a las normas clásicas, no lo hizo sin advertir que una comedia podía ser excelente sin respetarlas.
Su objetivo era el de divertir al gran público («la gran regla de todas las reglas es gustar»), pero a través de la diversión consiguió hacer una crítica de la falsedad e hipocresía de su época. Dio vida a una serie de personajes y de debilidades humanas a los que pone en ridículo en sus obras: el avaro amante del dinero en El avaro, el nuevo rico en El burgués gentilhombre, la mujer pedante y pretenciosa en Las preciosas ridículas, el médico de lenguaje oscuro en El médico a palos y en El enfermo imaginario, o la religiosidad hipócrita en Tartufo.
En algunas obras, la sátira de Molière se tiñe de amargura y pesimismo, lo que da lugar a las llamadas «obras graves»: el ya mencionado Tartufo, El misántropo, que recrea el tipo de quien siente odio hacia el ser humano y la sociedad, y Don Juan, que toma el personaje de Tirso de Molina y lo convierte en un rebelde frío, analítico y filosófico que se complace de transgredir todas las normas éticas.

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